jueves, 30 de agosto de 2012

Piccolo come un Espresso ma Grande come una Pizza Napoletana


Muchas cosas se han dicho sobre Italia, miles de clichés presentes en el "inconsciente colectivo" mundial son prueba de ello. Muchas son ciertas otras no, y otras son sorpresivamente ciertas, tanto así que sobrepasan al cliché. Pero bueno, Italia, es Italia como México es Italia!, o al menos eso es lo que pienso.

Era mi tercera vez en este país. Está de sobra decir que Italia es uno de mis países favoritos, y esto se debe a diversas razones: 

Me fascina su comida, su manera de ser tan latina, más latina que la de los españoles, su arte impregnado en todas partes, su antigüedad, su historia. Muchos eventos importantes históricos sucedieron aquí. Los Medicis, el renacimiento, la pizza (lo siento, la amo, y más ahora después de haber visitado Napoli) esa Roma y su extinto imperio, la influencia que tuvo en toda Europa, la cuna de las lenguas romances. Gracias a los italianos, existe el francés, el español, el portugués, el catalán y otras lenguas minoritarias como los dialectos italianos. La iglesia católica tiene su cede en este país también, pero ahora quisiera hablar de otras cosas.

Vine a Italia una vez más en búsqueda de paz y ganas de vida pero sobre todo con el deseo de saciar mi apetito feroz por  la comida Italiana. He de confesar que el libro de "Eat, Pray, Love" tiene mucho que ver con esto, pero también una personita muy especial que amablemente me recibió durante varios días en su casa.

El primer día en Roma fue recordar la primera vez que vine. Fue vivir de nuevo mis 22 años. El calor me cansaba pero también me cargaba, justo como si estuviera en Mexicali bajo un sol de 47 C. Caminar por Roma es caminar por el tiempo, viajar por la vida y brincar de un olor a otro. ¿Les he dicho que no tengo olfato? bueno, los que lo sabían se sorprenderán al saber que mientras estuve en Italia, mi olfato regreso y dejó de estar en huelga para permitirme sentir el olor de la Albahaca, de la Mozzarella di Buffala, de la pasta caliente y al dente, así como las diversas salsas de tomate frito. Fue un placer y un orgasmo nasal.

En más de una ocasión me dieron ganas de llorar, estaba tan feliz, era como regresar a casa. Y en verdad lo fue.

Una vez en Napoli, una familia me recibiría con sus brazos abiertos. Gracias a Melania pude experimentar lo que es la vida familiar Italiana, la cual para mi sorpresa era como en México. Yo podía ver el amor entre ellos, sonreían y aplacaban sus tristezas con un Caffè espresso. La dinámica que pasa entre ellos era continua, fuerte y hermosa. Me gustaría tener una familia tan extensa como la de Melania.

Pese al hecho de que no hablo también como quisiese el Italiano, en ningún momento de mi estancia me sentí fuera del intercambio comunicacional. Los amigos de Melania, todos napolitanos, me hablaban con ese acento y a veces dialecto Napoletano y teníamos conversaciones interesantísimas sobre la vida en Messico y en Francia. Salimos de fiesta y nos reíamos, sobre todo yo, de la pobre Pasqualina (pronunciese Pachcualina, ese es el acento Napoletano) que cada 5 minutos le gritaba:

-Andiamo dansare Pascualina, dai, dai, cosi, cosi!

La pobre. Pero confieso que ella se divertío mucho, y qué decir de los demás. Conocería después a un especimen de Italiano, Napoletano también, increíblemente divertido y aterrador. Era, EL CLICHÉ ITALIANO por excelencia. Divertido, a mi punto de vista ojo alegre, amante de la fiesta, la buena comida y los viajes. Mientras comíamos me mostraba sus miles de fotos de su Iphone donde se le veía tomando la playa en bañador, viajando en crucero por el caribe, con su novia que era 8 años más joven que él e increíblemente guapisima y a la cual próximamente desposaría. Su vestimenta era el típico atuendo Italiano: de clores blancos o beige, un saco ligero y un pantalón de lana y los imprescindibles mocasines cafés.

Después de dos horas de hacer halago de sus bienes materiales y no materiales, llegó la hora de decirle adiós, sólo que tuvimos que esperar más de lo previsto para irnos, ya que había dejado su coche lujísimo estacionado en doble fila y una grúa se lo había llevado al corralón. Si esto no es algo típico, no sé qué pueda ser entonces!

Me sorprendía mucho las pequeñas costumbres y malos hábitos de los Italianos,me recordaban muchísimo a México: la imprudencia de cruzarse de andén atravesando las vías del tren, el viene-viene que se pone a la salida del antro para "cuidar" tu carro y su respectiva cooperación por hacerlo. El puesto de dogos a la salida del antro. El taco que se daban LOS italianos, al entrar al antro y la música que escuchaban. El caos, el desorden, el murmullo de las miles de voces que se hablan a gritos en el metro, los trenes, la calle y los callejones. Pero a pesar de esto, y sobre todas las cosas que no son tan positivas, había algo que me hacía sentirme enormemente feliz de estar allí: Las ganas de vivir.

En Italia recordé lo que era sonreír gratuitamente, la importancia de decir Buenos días cuando lo deseas de verdad, el placer de comer, la felicidad de ser italiano (mexicano en mi caso) a pesar del montón de malas cosas que puedan suceder en ese momento, reir y carcajearme por una tontería, mover las manos sin que la gente piense que te está dando una convulsión, recordé lo hermoso que es la generosidad y la solidaridad, y de lo lindo que es decir Ciao! a alguien que te cae bien. Dios mío, esas manos, esos gestos italianos, ese acento, lo melodioso de su  idioma; me pregunto si ellos se dan cuenta de lo increíblemente hermoso que es el Italiano.

Esta estancia en Italia fue como tomarme un buen espresso. Breve, pero muy cargado de emociones, con la suficiente fuerza para darme ánimos de seguir adelante y ver las cosas buenas de la vida. Piccola ma grande o lo que es lo mismo: Chiquito pero picoso.



jueves, 2 de agosto de 2012

Re-Inicio (Summertime Sadness)





(La canción de arribita va con el post :) )


Hace un par de días estaba regresando de un lindo viaje por Italia (del cual hablaré en próximas publicaciones). Antes de irme recibí una llamada, era una agencia de empleos a la cual envié mi CV. No me lo podía creer, me proponían un trabajo de 21 horas en región parisina. De momento me emocioné mucho, pero después comencé a estresar. Como es costumbre en mí, nunca puedo estar tranquilo sin tener una preocupación, sin duda es esa pulsión de muerte la cual es muy presente en mí.


Hace un par de días hice algo de lo cual no creo arrepentirme: cambiar mi regreso a México.


Sinceramente no hay nada que me haga regresar excepto por algunas personas que amo, como mis papás o algunos amigos... bueno, también los tacos de carne asada y los churros locos.


Y sin embargo, ayer, 1 de agosto, el día de mi regreso estuve triste, no me di cuenta por que. Realmente no estaba consciente de eso, pero después de todo me di cuenta que si que quiero regresar y estar en Mexicali con esa gente que es genial. A veces las cosas no pueden ser exactamente como uno las ve entre pensamientos y sueños. 


Y estúpidamente extraño el calor, el olor a gasolina en las calles, la gente quejándose del calor, las malas combinaciones de ropa como llevar Jeans con sandalias o Shorts a cuadros y camisetas Hollister del mall. Extraño la estúpida idea de que si no bebes Tecate fría no eres de Mexicali, cosas del tipo, que son tontas pero que hacen de la gente de Mexicali la gente de Mexicali.


Ayer, para matar la melancolía me hice unos deliciosos tacos de carne asada con su respectivo guacamole y un poco de salsa casera. Pensé que con un poco de México, o más bien Mexicali me sentiría mejor. Pero no, sigo triste y desmotivado. Igual y tiene que ver con el hecho de que desde que regrese no hago nada de interesante. Mal, eso debe cambiar para que mis horizontes mejoren. Cuestión de ver qué cosas nuevas se me ocurrirán... 


La noticia de que me quedaba aún tuvo muchas buenas reacciones, sobre todo una, que me sigue taladrando la cabeza, que me hace muy feliz, pero que me pone en encrucijada. Nada que el tiempo no pueda resolver. Pero en el Inter pienso mucho, y eso eso lo que paulatinamente debo dejar de hacer para ser más feliz y menos delirante o melancólico.


A ver...